La lluvia cae de manera fuerte y contínua como si el planeta estuviese dándose una relajante ducha matutina. Tan fuerte es, que no se oye nada más allá del repicar del agua contra la tierra y no se ve nada más allá de lo que se tiene justo enfrente. En el cementerio, hoy, cubierta por éste diluvio cuasi-bíblico, se encuentra una mujer arrodillada frente a una lápida marmórea con un ángel grabado en relieve. En tiempos pretéritos fue una bella dama que había robado el corazón de no pocos hombres, pero las malas decisiones, la erosión lenta pero continua del tiempo y los golpes bajos que da la vida le habían envejecido severamente el rostro. Hoy, contempla frente a sí el último revés que la vida le había proporcionado, ése que finalmente destrozó el ya poco aguante que en algún tiempo tuvo. "¿Por qué?", se pregunta. "¿Por qué tuviste que llevártelo, Señor?".
Su mente se adentra en los recuerdos que le llevaron hasta éste punto de desesperación. Recuerda a un hombre armado -ese miserable hijo de puta- que les sorprendió mientras caminaban por una zona no muy concurrida de la ciudad. "¡Deme todo lo que lleva encima o disparo!", gritó el individuo con la intención de provocar el miedo en ambos, mujer y niño. Recuerda cómo el niño se asustó. "Mamá, ¿ese señor nos va a hacer daño?", preguntó con su vocecilla infantil cargada de terror. "Tranquilo, amor mío, no nos pasará nada", mintió su madre lo mejor que pudo. Recuerda cómo, mientras buscaba en el bolso, el hombre le apuraba a hacerlo más rápido. "¡¡Dáte prisa!!", gritó el atracador impaciente. Inocentemente, el niño intentó ayudar a su madre a hacer lo que aquél señor de pinta amenazante demandaba, pegando un saltito para intentar alcanzar el bolso. Craso error.
El hombre se puso nervioso. Su mano se tensó, apretando el gatillo. "¡BANG!". El mundo, de repente, se congeló. El niño yacía en el suelo, dejando un gran charco de sangre. El disparo le había destrozado la sien derecha, dejandole un gran boquete por el que se podía aún ver su cerebro sanguinolento y palpitante. Antes de que todo se volviera negro para ella, recuerda ver aquella horrible escena y sentir primero sorpresa, luego tristeza y, por último, una indescriptible furia. Cuando volvió en sí, tenía en sus doloridas manos un gran bloque de cemento ensangrentado en las manos. Se atrevió a mirar hacia abajo. Lo que vio podría ser perfectamente la pesadilla de una persona que perdió su cordura hace mucho, mucho tiempo. Lo que antes era una cabeza humana ahora era un puré de piel, trozos de hueso aplastado y sesos espachurrados. Conforme más miraba cómo ese cráneo arrollado supuraba sangre y trozos sanguinolentos de cerebro, más aumentaban sus náuseas . Se las apañó para soltar el bloque y levantarse del suelo. Incluso visto desde arriba, con todo el cuerpo completo, la escena era totalmente dantesca. Mientras se alejaba, llamó a la policía con la cara cubierta de lágrimas para denunciar la desaparición de su hijo.
Volvió a la realidad. Volvió a oír el repiquetear de la lluvia. Volvió a ver la lápida con el ángel donde estaba su hijo. No sólo había perdido a quien fuera su única esperanza en su ya perdido destino, sino que había asesinado a un hombre presa de la rabia más instintiva y animal. No se recuperaría jamás de éste último golpe. Toda su vida había sido un constante sufrimiento, y ésta era la gota que colmó el vaso. No se veía capaz de soportarlo más.
Abrió el bolso. Sacó una pistola. "¡BANG!"
La lluvia cae de manera fuerte y contínua como si el planeta estuviese dándose una relajante ducha matutina. Tan fuerte es, que no se oye nada más allá del repicar del agua contra la tierra y no se ve nada más allá de lo que se tiene justo enfrente. En el cementerio, hoy, nadie escuchó cómo una madre soltera que había perdido a su hijo se volaba la cabeza.