Hoy quiero escribir... Quiero, pero me siento incapaz, por algún motivo. Me he escapado de clase con dolor de cabeza y sensación de estrés. Por algún motivo empezaba a sentirme mal, solo, agobiado, cómo si estuviese encerrado en una caja que poco a poco se hacía más pequeña y me aprisionaba en una suerte de ataúd digno de los mejores relatos de emparedamiento de Edgar Allan Poe. Necesitaba salir y respirar el aire que, aunque viciado y lleno de toda la oscuridad y antipatía que puede cargar el ambiente en una pequeña ciudad como Las Palmas, necesitaba y ansiaba tanto mi cuerpo. Ya sentado en la plaza, quiero escribir... Quiero, pero no puedo.
Mi creatividad llora en una esquina, herida, desconsolada, destrozada. Desde que empecé a estudiar la carrera, lleva siendo apaleada día a día por la rutina, el sistema y el transporte. Intento estar un ratito con ella en cuánto puedo, visitarla, cuidarla para que no se sienta sola y se recupere, pero es imposible cuando tengo que estar concentrado en otras cosas obligatoriamente... Me parte el alma como un camión parte los huesos de una rata cuando la aplasta, pero... ¿Puedo hacer algo? Espero poder hacerlo, pero no sé...
No obstante, creo que no todo se debe a factores externos. Mi obsesión con hacer las historias perfectas, bien atadas, cerradas y sujetas hacen que me coma mucho la cabeza, incumplendo con el pilar más esencial para la escritura creativa: Pasarlo bien y disfrutar mientras creas esos mundos, personajes, historias... La verdad es que sí, el estar ocupado cuenta, pero yo también debería aprender a parar un poco el pie, detenerme, relajarme y disfrutar del momento. Que le den por culo al puto Carpe Diem, la vida no puede ser vivida si vas corriendo por ella como una loca que cree que puede volar por ponerse una compresa con alas. Hay que ir tranquilito, dejar que todo fluya y procurar ser mejor persona cada día. Y la verdad es que debería recordarlo y llevarlo a cabo, aunque el sistema haga todo lo que está en su pútrida, corrupta y quebradiza mano para impedirlo.
En definitiva, que aquí sentado, rodeado de la relativa paz que me puede ofrecer el centro de una capital metropolitana, miro apesadumbrado hacia alrededor y sigo mi camino de vuelta a la Universidad, ese sitio responsable del deplorable estado de salud de mi creatividad. Hijos míos, espero terminarlos algún día. Con alguno que otro he avanzado, pero en general los tengo abandonadillos. Tengan paciencia.
Pues eso, que le den al puto Carpe Diem de la polla. Y de paso, a Bécquer. Sí, me meto con él por la puta cara, pero lo odio. No más que a Rob Liefeld, pero casi. Que le den y mucho.
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