Desirée tiene ya 23 años. Parece que sólo haya pasado una quinta parte de ese tiempo, pero lo cierto es que ya era una mujer hecha y derecha. A punto de terminar su carrera en la Universidad de Granada y con unas perspectivas laborales bastante favorables, cualquiera podría envidiar su suerte. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce y, por tanto, nuestra protagonista tiene más de un asunto que por dentro le está desgarrando cada vez más y más, haciendo de su aparentemente idílica vida un verdadero infierno.
La relación en casa de sus padres es totalmente insoportable. A decir verdad, la pareja se divorció hace ya dos años, pero decidieron seguir viviendo en el mismo techo a raíz de la crisis que asola el país y los exorbitados precios de las viviendas. A pesar de lo conveniente que es la medida, lo cierto es que fue una malísima idea. Todos los días transcurren mediante insultos, malas caras y gritos, haciendo de ese pequeño piso un criadero de energías negativas con la suficiente fuerza como para cabrear a la Madre Teresa de Calcuta. Además, añadamos que Desirée no posee verdaderos amigos, sólo colegas con los que salir algún que otro día de fiesta. Los ratos libres se los pasa en su casa, intentando estudiar mientras las trifulcas se suceden una detrás de otra, lo que afecta seriamente a sus notas. Sin embargo, hace un año encontró en la Universidad el refugio y la compañía de un chico llamado Tobías, procedente de una familia de granjeros de Torrevieja. Al principio todo fue bastante bonito, sacado de un cuento de princesas. Al cabo de tres meses, empezaron a salir como pareja. Todo fue, aún si cabe, más precioso. Hasta que, al quinto mes, empezaron los problemas: Le molestaba que Desirée hablase con otros chicos, que se maquillase, que saliera de fiesta sin él... Hasta que en el octavo mes empezó a pegarle y a insultarle si se atrevía aunque fuese a preguntar el por qué de su mal humor. Varias veces ha querido denunciarle, pero se ha arrepentido al final con la esperanza de que Tobías recapacitase y dejara de hacer esas cosas.
Aunque ahora sabe que su novio es un maltratador, no puede decirle nada a sus padres, pues se pasan todo el tiempo echándose en cara errores del pasado y chillándose mutuamente, pasando de la niña. No puede denunciar a la policía, pues su padre están bastante bien posicionados y podrían desplumarla al mínimo intento de queja legal al respecto. Al no tener amigos, se queda totalmente sola en una casa inhabitable y con un novio al que, si ella no acude cuando llama, va en su búsqueda y se la lleva arrastrando del brazo hasta su casa para luego pegarle y obligarle a tener sexo. Durante todo ese tiempo, se acordó mucho de Octavio, su primer y único novio hasta la llegada de Tobías. Un muchacho un año mayor que ella y que, si bien tenía sus defectos y estaba bastante lejos de ella, siempre le quiso y trató como a una mujer y no como a un objeto, cosa que ella nunca llegó a hacer del todo. Le mareaba la cabeza con sus indecisiones, le hacía sentirse mal a menudo... Incluso le insultó fuertemente, lo que provocó la ruptura de la pareja tras un tedioso tiempo de adaptación y pensamiento. Con él perdió la virginidad, aprendió bastantes cosas sobre la vida (aunque, por lo visto, no las suficientes) y vio más lejos de lo que nunca pudo ni podrá mirar. Un muchacho que sólo tenía buenas intenciones para ella, y ella jugó con él como si fuese su marioneta particular hasta el final de todo.
Un día, tras recibir la mayor paliza de su vida, con los dos ojos morados, la nariz rota, y un diente partido, por no hablar ya del estado de su cuerpo, buscó desesperadamente el número de Octavio en su vieja agenda de números y marcó su móvil. Llamó una vez, pero no lo cogieron. Llamó otra, pero obtuvo el mismo resultado. Tras llamar una tercera vez, respondió una voz muy distinta a la que ella recordaba:
-¿Sí? - Parecía la voz de un niño que no pasaba de los 10 ó 12 años. Desirée se extrañó de ésto, pero siguió con hablando.
-Buenas tardes - Dijo ella, con una voz queda y deformada, en parte por la paliza y en parte para que nadie le escuchase-, ¿quién eres?
-No, tú llamaste, ¿quién eres tú?
-Perdone mi falta de educación. Me llamo Desirée Santana y quisiera saber si Octavio podía ponerse al teléfono.
De repente, se hizo el silencio. Por el auricular se oían extraños ruidos, como si alguien estuviese tirando y rompiendo cosas. Después, se interrumpió ese sonido y comenzó abruptamente a oírse un fuerte llanto. Tras el retumbar de unos fuertes pasos, una voz femenina con pinta de no poder con su alma gritó:
-¡¿QUIÉN COÑO ERES?! ¡¿QUÉ HACES MOLESTANDO OTRA VEZ A MI FAMILIA?! ¡¿NO TUVISTE SUFICIENTE LA ÚLTIMA VEZ?!
-Yo sólo quería saber si estaba Octavio Salinas...
-¡¡NO ESTÁ AQUÍ, ZORRA MALCRIADA!!
-¿Puedo saber dónde está?
-¡¡AH, QUE ENCIMA ESTÁS CON CACHONDEÍTO!! ¡¡CON LOS MUERTOS NO SE JUEGA!!
Desirée se quedó de piedra. Intentó preguntar:
-Perdone, ¿qué acaba de decir?
-¡OCTAVIO ESTÁ MUERTO! ¡MURIÓ HACE 4 MESES EN UN ACCIDENTE DE COCHE! ¡DEBERÍAS SABERLO, TÚ QUE LO TIENES EN FACEBOOK!
La verdad es que no llegó a saber nada de él por ninguna parte un año después de cortar. Ella empezó sus estudios y él simplemente desapareció sin dejar rastro por ninguna parte.
Desirée cortó la llamada, pues estaba justo en la entrada de su casa. Subió las escaleras y abrió desganadamente la puerta. Sus padres estaban de nuevo discutiendo, pero pasó de ellos ésta vez. Se metió en su cuarto y se encerró. Las lágrimas bañaron su cara como el rocío matutino de las plantas y la tristeza invadió su cuerpo todo. Su única esperanza, su única vía de escape ante todos los obstáculos que el karma le había estado poniendo delante durante toda su vida, se había muerto. Y todo por su desidia e inmadurez.