Hace tiempo, siendo yo un poco más joven, entré en el entonces nuevo mundo que es ahora mi rutina. Y aunque me sentía solo, recuerdo que te vi a lo lejos. Te observé en la distancia, sin saber nada de ti, y sin saber tú nada de mí. Simples compañeros, desconocidos, caras que se hacen familiares a fuerza de verlas a diario...
Un tiempo después, nos acercamos un poco mutuamente. Empezamos a darnos cuenta de que existíamos para el otro, nos reíamos, nos contábamos boberías. Aunque mi mente estaba absorta en otros menesteres, dejé de observarte y empecé a conocerte.
Tiempo más tarde, vi que traías contigo demonios de mi pasado más oscuro siguiéndote con todo su repugnante aspecto, revoloteando obscenamente detrás de tus hombros como si de una grotesca pintura prohibida se tratase. Aterrado, traté de seguir acercándome. Pero cuanto más me acercaba, más fijamente me miraban tus horribles compañeros, mis putrefactos conocidos. Sólo me motivaban a seguir adelante tu bella sonrisa, tu profunda mirada. Pero cuanto más avanzaba, peor me sentía...
Cuando estuve lo suficientemente cerca, aquellos infames seres del inframundo se abalanzaron sobre mí, desgarrando carne, hueso y alma. De nuevo fui masacrado, vejado, humillado, herido. Y tú, por los motivos que fueron, sólo viste a un chico que pasó de ser una persona sana y segura de sí misma a un amasijo de vergüenza, horror y lágrimas. Y entonces yo, pensando que tu miedo se debía a mí y no a mi estado, hice cosas horribles, perpetré actos impropios de mí... Hasta que me di cuenta, más tarde de lo que quisiera, que fui poseído por dichas criaturas. Todo sucedió en el lugar más recóndito y a la vez más sensible del ser humano, la profunda cueva de mi psique.
Es por eso que ahora, después de todo ésto y a pesar de habernos sincerado, quizás no nos entendemos del todo. Y por eso hemos vuelto al principio. Hoy, de nuevo, te observo en la distancia, sin saber nada de ti y sin saber tú nada de mí. Simples compañeros, desconocidos, caras que se hacen familiares a fuerza de verlas a diario...
Un tiempo después, nos acercamos un poco mutuamente. Empezamos a darnos cuenta de que existíamos para el otro, nos reíamos, nos contábamos boberías. Aunque mi mente estaba absorta en otros menesteres, dejé de observarte y empecé a conocerte.
Tiempo más tarde, vi que traías contigo demonios de mi pasado más oscuro siguiéndote con todo su repugnante aspecto, revoloteando obscenamente detrás de tus hombros como si de una grotesca pintura prohibida se tratase. Aterrado, traté de seguir acercándome. Pero cuanto más me acercaba, más fijamente me miraban tus horribles compañeros, mis putrefactos conocidos. Sólo me motivaban a seguir adelante tu bella sonrisa, tu profunda mirada. Pero cuanto más avanzaba, peor me sentía...
Cuando estuve lo suficientemente cerca, aquellos infames seres del inframundo se abalanzaron sobre mí, desgarrando carne, hueso y alma. De nuevo fui masacrado, vejado, humillado, herido. Y tú, por los motivos que fueron, sólo viste a un chico que pasó de ser una persona sana y segura de sí misma a un amasijo de vergüenza, horror y lágrimas. Y entonces yo, pensando que tu miedo se debía a mí y no a mi estado, hice cosas horribles, perpetré actos impropios de mí... Hasta que me di cuenta, más tarde de lo que quisiera, que fui poseído por dichas criaturas. Todo sucedió en el lugar más recóndito y a la vez más sensible del ser humano, la profunda cueva de mi psique.
Es por eso que ahora, después de todo ésto y a pesar de habernos sincerado, quizás no nos entendemos del todo. Y por eso hemos vuelto al principio. Hoy, de nuevo, te observo en la distancia, sin saber nada de ti y sin saber tú nada de mí. Simples compañeros, desconocidos, caras que se hacen familiares a fuerza de verlas a diario...
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