Durante el mes de Febrero de éste año 2015 y la primera semana de Marzo de dicho año he experimentado lo que es vivir "solo". Lo digo entre comillas porque realmente estuve compartiendo piso con dos personas más, dos viejos amigos que conocí hace ya bastante tiempo (aunque realmente tengo más relación con uno que con otro). ¿Por qué quise probar? Pues bien, era algo que había estado rondándome por la cabeza desde hacía bastante tiempo y había comentado en casa varias veces hasta que mi madre me animó a que lo hiciera, que por probar que no quedase. Ni corto ni perezoso, notifiqué a mi amigo de que pasaría el mes allí. En un fin de semana mudé mis trastos al pisito del Risco de San Nicolás y me dispuse a vivir un mes viviendo lejos del seno maternal. No hablaré de las cosas que hayan o no pasado durante mi estancia, sino de cómo lo he vivido y lo que he aprendido de ello.
Para empezar, he podido experimentar por fin lo que es desayunar y almorzar a una hora normal desde que empecé a estudiar en la Universidad. Les recuerdo, estudio en horario de tarde de Lunes a Jueves de dos a siete. Normalmente tengo que estar fuera de mi casa a eso de las doce y veinte para coger una guagua que me deje a las dos en Las Palmas y, a la salida, lo más temprano que puedo llegar es a eso de las nueve de la noche, agotado y sin ganas de hacer nada de nada. Este mes pude experimentar lo que es comer a la una de la tarde y salir a las dos menos veinticinco caminando hacia la Universidad y estar de vuelta en el piso a las ocho u ocho y media. Vale, que el camino de vuelta era especialmente matador porque era una tremenda cuesta arriba aderezada con escaleras, pero no tenía que estar esperando por Global. Luego, estaba el hecho de cocinar por mí mismo. No digo que lo hiciera todos los días y que fueran platos elaboradísimos, pero me atreví y salió bien. Recuerdo que el 7 de Agosto del año pasado mi buen amigo Chris Painter dijo que yo "hacía malabares" con la comida, refiriéndose a que con un par de cosas que tenga ya me puedo hacer una tremenda comida. Y he comprobado no sólo que es cierto, sino que es genético (mi madre tiene una habilidad similar). He comido pasta, guacamole y pellas de gofio hechas por mí mismo. Y créanme que sabe a gloria cuando te comes algo hecho por tí mismo. Además he experimentado lo que es caminar por Las Palmas, descubrí nuevos rincones y en Carnavales demostré que el espíritu de armante lo tengo en mi interior, no sólo en tierras galdenses.
No obstante, eché en falta el espacio. No por nada personal, sino porque mi casa es bastante más grande que el piso donde estaba. Sobre todo en la cocina, que era bastante reducida y en la que el espacio para cocinar era más o menos como en éstos pisos que hay en Japón para solteros que consisten en un cuarto trastero con un colchón en el piso y par de boberías más. Otra cosa que eché en falta fueron los amigos que tengo aquí. Cierto es que los ví un poco, pero no es lo mismo que estar toda la semana aquí y poder salir un día del fin de semana con los colegas al Barranco de Gáldar o a la casa de alguno... Por no hablar de las grandes quedadas que de cuando en cuando hacen leyenda en el imaginario peludo del norte. Por lo demás, creo que no tengo nada más que pudiera objetar de estar allí.
En definitiva, me lo pasé bastante bien. La experiencia me ha hecho ver cosas que antes no tenía tan presentes. Echaré de menos a la gente con la que conviví y la rutina que allí tenía. Pero es hora de volver a la realidad. Es hora de seguir adelante. Doy las gracias a todas las personas que hicieron posible que pudiese estar allí y hacer de ésto una vivencia gracias a la que apreciaré muchísimo más la vida. Próximamente nos volveremos a ver...
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