Esta entrada está realizada durante mayo de 2016, de ahí que las fechas estén atrasadas.
Si hay algo que puedo sacar en claro de todo el caos que viene a ser mi vida en lo emocional, personal y académico de lo que llevamos de 2016, es que todas las malas noticias vienen juntas. En un rápido vistazo a mi pasado más reciente, he experimentado esta misma sensación otras dos veces en mi vida: la primera fue durante la era Joshy Pig (que en algún momento continuaré relatando en este mismo blog) y la segunda, el fallecimiento de mi abuela hace tres años. Salvando las distancias de edad y contexto, el sentimiento era el mismo. Me abrumaba el hecho de que todo lo "malo" tuviera que suceder tan seguido, como si se tratase de un perverso efecto dominó. Como bien especifiqué ya en una entrada anterior (a la que pueden acceder aquí), no estoy en los mejores momentos de mi vida y es por eso que la noticia que he recibido y atestiguado hace pocos días (el 23 de mayo, para ser exactos) me ha tocado un poco y me ha hecho reflexionar. Ese mismo día fallecía mi abuelo Marcos Manuel (de él obtuve mi nombre "real") a los 87 años en una cama del Hospital Universitario Doctor Negrín. Por respeto tanto a mi propia persona como a todos los familiares afectados por la pérdida, no daré dato alguno referente a las condiciones de su muerte ni de su persona más allá de su nombre y alguna cosa muy general. Lo que tienen que saber, por ahora, es que los Suárez (mi apellido "real") estamos de luto por la dura pero inevitable pérdida de quien fuera y es, junto con Ninita, un ejemplo de esfuerzo, bondad, sabiduría y buen hacer.
Los recuerdos que tengo con mi abuelo son un tesoro. No pude verle demasiadas veces en los últimos 5 años, pero nunca le olvidé. Las mejores tardes que pasé durante los últimos tres o cuatro veranos fue sentado en el sempiterno sofá en el salón de aquella casa que construyó él mismo con mucho esfuerzo años antes de que yo hubiese nacido. Ninita sentada a mi diestra, Manolito a mi siniestra y yo en el centro, hablando y comiendo frente al televisor que generalmente emitía o bien el canal 25 o bien el Pasapalabra. Una escena que se repetía desde mi más tierna infancia y que refleja para mí la relación que con ellos tenía. Mi abuelo siempre me trató estupendamente, no tengo ni un mal recuerdo suyo. Siempre le gustaba hacer bromas con nosotros, sus nietos, y trataba con el mismo cariño a todos ellos, del primero al último. Como bien dice Manolo Vieira, no importaba cuántos fuésemos, pues si venía uno nuevo él lo recibía con la misma ilusión y cariño que al resto. No sé por qué, pero yo siempre me sentí muy unido tanto a él como a mi abuela. Era duro cuando tenía que serlo, y cariñoso y alegre el resto de las veces. Quizás no fui consciente de todo esto durante mi infancia, pero lo aprendí nada mas mirar a los ojos de mi abuelo un no tan lejano día de verano de hace cuatro o cinco años, en mi primera visita a la casa de mis abuelos después de haber cortado relaciones con mi padre. Su sonrisa, todas esas anécdotas de su estancia en el ejército que me contó aquél día (le llamaban "el Gordo", de ahí el nombre de esta entrada), su pulso tembloroso que denotaba la inmensa alegría que sentía porque estuviese allí toda una tarde con ellos... Ese día aprendí tantas cosas, y escribí una de las entradas que más recuerdo con cariño. Aunque era consciente de que la vida avanza y que las cosas se acaban tarde o temprano, no creía que les llegase la hora tan pronto. Pero la vida es así de cruel, y no tardó mucho en llevarse a mi abuela a finales de Abril de 2014.
Como ya dije anteriormente, no quiero dar detalles sobre su vida y su muerte, por lo que me limitaré a decir que tras irse Ninita a un lugar mejor empezó a ir para atrás. Jamás volvió a ser el mismo. Recuerdo verle una vez nada más antes de su muerte y no era siquiera una cáscara de lo que fue. Tiempo después, mientras hablaba con mi tía Mary, se me informó de lo que pasaba. Mi abuelo tenía Alzheimer. Para aquellos que no tengan, como yo, mucha idea de lo que es, es una enfermedad neurodegenerativa que afecta a algunas personas mayores y provoca que el afectado pierda progresivamente la memoria y la capacidad de movimiento. Muy, muy duro para aquellos que ven el deterioro de la persona día a día. Sin embargo, hubo un acto de mi abuelo aún en ese estado, con su avanzada edad y su pulso increíblemente tembloroso que despertó un respeto que dudo que vuelva a tener por nada en el mundo: se rapó al cero sin ayuda ninguna. Viendo esa foto suya sin pelo y con una mirada taciturna y desprovista de la alegría que siempre le caracterizó, me prometí a mi mismo que, en tributo a su persona y si le pasaba alguna desgracia, me afeitaría al cero y me mantendría así durante mínimo seis meses. Yo, quien me sentía muy orgulloso de tener pelo largo, me hice esa promesa que esperaba no tener que cumplir hasta mucho, mucho tiempo después. Pero quiso Dios (o lo que sea que haya allá arriba, si lo hay) que a los pocos meses mi abuelo abandonara esta vida y, nada más contarme mi madre la funesta noticia, procedí a afeitarme la cabeza completamente. Para las cotillas de mierda que quieran saber el porqué del cambio de look, ahí lo tienen. Si no lo he dicho por Facebook ni ninguna otra red social, es básicamente porque yo no hice esto para buscar atención ni likes. Esto es una cuestión de honor, de mantener la palabra de uno en lo bueno y en lo malo, de admiración y de respeto. Todos ellos conceptos que, de seguir por el camino que van, jamás serán capaces de entender.
Esta entrada es un homenaje a ese hombre al que siempre vi enorme, mucho más grande que yo, tanto en lo físico como en lo personal. Un ejemplo de entereza, nobleza y personalidad que trascendía las barreras entre generaciones y que ahora se ha perdido. No apelo con ésto a que todo lo pasado fuera mejor, sino que su forma de ser y de actuar es, para mí, atemporal. Tanto el gesto del pelo como ésta entrada que aquí leen no es, ni de lejos, suficiente para honrar a la memoria de una persona tan distinguida como lo fué el. Él, quien se vio obligado a abandonar el colegio a temprana edad para trabajar y ayudar a mantener a su familia (hablamos de que nació en el 31, se comió la Guerra Civil con papas), me ha demostrado que los estudios no te hacen necesariamente una mejor persona. Que la bondad se lleva en el carácter, se hereda en los valores morales que cada uno recibe en casa y aún así no siempre cuaja. Que es muy importante hacer el bien sin mirar a quién, por muy difícil que sea para una persona con un carácter tan fuerte como el mío y que, en definitiva, no hay nada mejor que vivir y dejar vivir.
Abuelo, tu ciclo ha terminado y no tiene pinta de que tus hijos vayan a continuarlo en un futuro próximo. Por tanto, me toca a mí comenzar uno nuevo siguiendo ese ejemplo que parece que algunos hayan perdido. Si el cielo existe y es, de hecho, el sitio donde van las mejores personas, espero que estén cómodos en un sillón de tres plazas. Tú sentado en el reposabrazos derecho, abuela a tu lado en el reposabrazos izquierdo. Dentro de muchos años, cuando haya logrado más que sea ser la mitad de los que fueron ustedes como personas en su día, ocuparé el lugar del centro. Como siempre hemos hecho. Como siempre haremos.
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